Hoy es la fiesta de San Severino, predicador que promovía la oración contra los vicios

«Si quieren tener la bendición de Dios, respeten mucho los derechos de los demás”, decía San Severino, patrono de Viena, Austria y Baviera. Profetizó terribles castigos a algunas ciudades si no se convertían y hacían penitencia. Además, tenía los dones de curación y consejo. Su fiesta se celebra el 8 de enero.

San Severino era original de Roma y provenía de una familia noble y rica. Dejó la “capital del mundo” de ese entonces y se fue de misionero a las orillas del río Danubio en Austria.

Allí les anunció a los pobladores de Astura que si no dejaban los vicios y no se dedicaban a rezar más con sacrificios, sufrirían un terrible castigo. Nadie le tomó importancia. Entonces el santo declaró que no se hacía responsable de sus malas decisiones y se fue a la ciudad de Cumana.

Días después llegaron los bárbaros de Hungría, llamados “Hunos” y arrasaron con la ciudad de Astura, matando a casi todos los habitantes.

En Cumana también profetizó castigos si la gente no se convertía. Igualmente, nadie le creía hasta que llegó un sobreviviente de Astura y les contó lo que le pasó a su ciudad por no hacerle caso a San Severino, quien los quiso ayudar.

Es así que los pobladores se fueron a orar a los templos, cerraron las cantinas y cambiaron su comportamiento, haciendo sacrificios. Cuando estaban por llegar los bárbaros, un tremendo terremoto los asustó, los hizo huir y no entraron a la ciudad.

San Severino intercedía ante Dios por la curación de muchos enfermos. Sin embargo, no intercedió por su discípulo Bonoso pues le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder». Por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad y llegó a buen grado de santidad.

Le gustaba repetir frases de la Biblia y recordaba siempre que todo pecado trae castigos del cielo. Por otro lado, durante 30 años fundó monasterios. Recorría descalzo las inmensas llanuras de Austria y Alemania, incluso en las heladas nieves. Su sencillez hasta en el vestir su túnica desgastada y vieja, le ganó el respeto de todos.

Al pequeño Odoacro le profetizó que pronto repartiría entre los suyos los lujos de la “capital del mundo”. Este hombre con sus hérulos conquistó Roma y por el cariño a San Severino respetó y apoyó el cristianismo.

En la ciudad de Kuntzing, el río Danubio hacía destrozos en sus inundaciones y dañaba al templo católico. San Severino colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al río: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su Santa Cruz». De esta manera, las crecientes del río nunca más pasaron por aquel lugar.

El 6 de enero del 482 sintió que ya era hora de partir a la Casa del Padre, mandó a llamar a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo que respeten los derechos de los demás si querían tener la bendición de Dios. “Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos», añadió.

Murió el 9 de enero del 482 y pronunciando las palabras del Salmo 150: «Todo ser que tiene vida, alabe al Señor». Seis años después sacaron sus restos y lo encontraron incorrupto. Le levantaron los párpados y vieron que sus ojos azules brillaban como si estuviera dormido. Sus reliquias han sido veneradas por siglos en Nápoles.

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